sábado, julio 07, 2007

LOS CUATRO JINETES (II)



2.- La Peste.- La Peste Negra. “Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto Viviente que decía: “Ven”. Miré entonces y había un caballo verdoso; el que lo montaba se llamaba Muerte, y el Hades le seguía”. (Apocalipsis 6, 8).

Música. B.S.O. de “La Peste” (1993):

http://www.epdlp.com/compbso.php?id=626

La Peste Negra fue una pandemia que asoló Europa desde el año 1346 hasta 1351 y que provocó la muerte de un tercio de la población europea, además de un número muy importante en Africa y Asia, convirtiéndose en una de las mayores catástrofes demográficas en la historia de la humanidad.

La enfermedad es causada por la bacteria Yersinia pestis, que se transmite por las pulgas de la rata negra (rata de campo), pero en aquél entonces todo esto se desconocía, así que las explicaciones dadas a semejante horror fueron variopintas al igual que las reacciones.

Existen diferentes tipos de peste, todas ellas provocadas por la Yersinia pestis, pero aquí lo que interesa es la peste bubónica, la cuál únicamente se contagia por la picadura de la pulga de la rata. A mi juicio, la mejor descripción que he leído sobre la enfermedad y la situación que provocó, se encuentra en “El Decameron” de Boccacio:




“Y no era como en Oriente, donde a quien salía sangre de la nariz le era manifiesto signo de muerte inevitable, sino que en su comienzo nacían a los varones y a las hembras semejantemente en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, y algunas más y algunas menos, que eran llamadas bubas por el pueblo. Y de las dos dichas partes del cuerpo, en poco espacio de tiempo empezó la pestífera buba a extenderse a cualquiera de sus partes indiferentemente, e inmediatamente comenzó la calidad de la dicha enfermedad a cambiarse en manchas negras o lívidas que aparecían a muchos en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo, a unos grandes y raras y a otros menudas y abundantes. Y así como la buba había sido y seguía siendo indicio certísimo de muerte futura, lo mismo eran éstas a quienes les sobrevenían. Y para curar tal enfermedad no parecía que valiese ni aprovechase consejo de médico o virtud de medicina alguna; así, o porque la naturaleza del mal no lo sufriese o porque la ignorancia de quienes lo medicaban (de los cuales, más allá de los entendidos había proliferado grandísimamente el número tanto de hombres como de mujeres que nunca habían tenido ningún conocimiento de medicina) no supiese por qué era movido y por consiguiente no tomase el debido remedio, no solamente eran pocos los que curaban sino que casi todos antes del tercer día de la aparición de las señales antes dichas, quién antes, quién después, y la mayoría sin alguna fiebre u otro accidente, morían”.

Se buscaron explicaciones para el desastre y se atribuyó a una de estas tres “causas”: un ordenamiento “especial” de tres planetas, la ira de Dios que enviaba la enfermedad como castigo por los pecados o las actividades de los judíos que querían exterminar a los cristianos.

Respecto a la primera, no voy a comentar nada; las que me interesan son la segunda y tercera. Antes de nada, es necesario señalar que murió como mínimo el 40% del clero parroquial, siendo ésta institución la más golpeada por la enfermedad; esto fue debido tanto a las comunidades de vida como a que eran los que pasaban más tiempo al lado del enfermo intentado confortarlo y hasta tal punto llegó el número de muertos que el arzobispo de Roma se vio obligado a publicar perdón masivo para los pecados.




Todo esto tuvo una serie de consecuencias; la primera de ellas fue que una parte de los cristianos comenzaron a dudar del papel de la Iglesia para protegerlos, mientras que otra parte llegó al paroxismo en cuanto a oración y penitencias; otra de las consecuencias de la alta mortandad del clero fue que se perdió control sobre los campesinos. Así surge un movimiento de corta duración, que fueron Los Flagelantes; eran laicos que recorrían las poblaciones flagelándose con látigos de cuero que acababan en púas de hierro, mientras recitaban los salmos penitenciales y exhortaban a la conversión.

Sus grupos variaban de 200 – 300 individuos hasta 1000 en alguna ocasión y obedeciendo a un “maestro”, organizaban tres funciones diarias, dos en público en la plaza de la iglesia y una en privado y el tiempo en la que se permanecía en el grupo era de 33 días y medio para representar los años de vida de Cristo en la tierra.

Tenían prohibido lavarse, afeitarse, cambiarse de ropa, dormir en camas y hablar o mantener relaciones sexuales, aunque esto no lo cumplieron ya que se les acusó de organizas orgías en las que se mezclaban azotes y sexo.

Otro característica fue su furibundo antisemitismo; en cada ciudad en donde entraban se dirigían al barrio judío seguidos del populacho y llevaban a cabo auténticas masacres entre aullidos de venganza contra los “envenenadores de pozos”. De nada sirvieron las bulas del Papa Clemente VI excomulgando a los que matasen a un solo judío, pues además el carácter de “los flagelantes” era completamente anticlerical y aquellos sacerdotes que se oponían a ellos eran lapidados.

En ningún momento la teoría de los judíos como “envenenadores de pozos” fue promovida por el Papa, pero los campesinos la abrazaron masivamente. El resultado de todo esto fueron “pruebas” y matanzas masivas, auténticas masacres fundamentalmente de judíos los cuales se vieron forzados a emigrar y si bien hasta entonces ya había un largo historial de iniquidades y crueldades contra este pueblo, sin embargo lo que les vino encima fue mucho más nefasto y destructor que todo lo anterior.




Se comenzó a correr la voz de que los judíos habían envenenado todas las fuentes y manantiales para exterminar a los cristianos, sin querer caer en la cuenta de que también morían judíos víctimas de esta terrible enfermedad. Fue en una ciudad del Sur de Francia donde comenzó el rumor, y a mediados de 1348 toda la comunidad judía fue quemada junto con la Torah. Este rumor saltó a España y en Barcelona se mató a 20 personas además de saquear las casas judías.

En julio, el Papa Clemente VI decretó una bula en la que, bajo pena de excomunión, prohibía que se matara a ningún judío sin un fallo jurídico, que se obligara a un bautismo forzado o que se robara los bienes de un judío. La bula fue tenida en cuenta en el Sur de Francia, pero en el resto de la cristiandad no tuvo eficacia.
En Saboya se consiguió la primera “prueba verídica”, por supuesto bajo las mas horribles torturas, dos judíos “confesaron”, dando los datos más absurdos que se puedan imaginar y así en el mes de septiembre, en toda Saboya los judíos fueron quemados en masa.

Esto se extendió por toda Suiza y en septiembre de 1349 el Papa salió nuevamente en defensa de los perseguidos. En una bula, Clemente VI declaraba que la “muerte negra” era un azote de Dios y confirmaba a los cristianos la inocencia de los judíos respecto a los crímenes que se les atribuía. También amonestó nuevamente a los religiosos a que tomaran a los judíos bajo su protección y amenazaba con excomulgar a los que contravinieran sus órdenes, pero todo esto fue en vano frente al delirio de las masas.

Fue en Alemania en donde el exterminio de los judíos cobró la mas alta cota de crueldad y obstinación y todo ello pese a la prohibición del emperador.

Por fin, el movimiento de los flagelantes fue condenado por el pontífice Clemente VI, en 1349 y definido como una superstición y como una creencia errónea; se pidió a las autoridades que se les dispersase o detuvieran, y en cuanto a las mismas autoridades, los magistrados ordenaron que se les cerrasen las puertas de las ciudades, la Universidad de París negó su pretensión de inspiración divina y Felipe VI rápidamente prohibió la flagelación en público bajo pena de muerte.

Las autoridades locales persiguieron a los «maestros del error» atrapándolos, colgándolos y decapitándolos. Los flagelantes se desbandaron y huyeron «desapareciendo tan rápidamente como habían surgido», escribió Enrique de Hereford, «como fantasmas nocturnos o espíritus burlones”, aunque en algunas partes quedaron algunas bandas y no fueron suprimidos totalmente hasta 1357.

Como ya he señalado, los judíos también morían aunque proporcionalmente el número de muertos era bastante menor que entre los cristianos. La razón no es otra que la higiene; las leyes mosaicas respecto a la higiene y a la convivencia con animales –que está prohibida- redujo mucho la extensión de la plaga entre la población judía.

Frente a esto, es necesario señalar que los cristianos no guardaban ni la mas mínima higiene; las calles eran auténticos estercoleros al no existir alcantarillado. Así que no es extraño que proliferaran las ratas y, en consecuencia, las pulgas que transmitían y esparcían la enfermedad.
Lo mismo pasó con la población musulmana; la leyes religiosas relativas a la higiene fueron un barrera para que la peste no se propagara entre ellos.

La receta de hoy es de la gastronomía judía (basada en la gastronomía austriaca) y está riquísima; yo suelo hacerla con bastante frecuencia.



SCHNITZEL PICANTE DE PAVO. (Foto casera. Pinchar para ampliar).

Ingredientes: 625 gr. de pechuga de pavo cortada en 8 tiras de unos 1,25 cms. de grosor, 1 cucharadita comino molido, ½ cucharadita cúrcuma molida, ½ cucharadita pimentón, ½ cucharadita de sal, pimienta negra molida, ¾ pimienta de cayena o guindilla en polvo (opcional), 60 grs. harina, 2 huevos batidos, 125 grs. pan rallado, aceite

Colocar cada tira de pechuga entre 2 hojas de film transparente y aplastar de un golpe seco para que queden lo más finas posible. En un bol, mezclar las especias, untar las tiras de carne con esto y dejar reposar 30 minutos. Pasar por harina, huevo y pan rallado. Calentar el aceite y freír las tiras 2 minutos por cada lado evitando que queden superpuestas. Dejar escurrir en papel de cocina. Decorar con gajos de limón y perejil.

Guarnición: Acompañar de patatas fritas y pimientos verdes fritos (variedades: caserío, padrón o italiano). Otra opción en acompañar de ensalada simple de lechuga, pimientos del piquillo y todo ello aliñado con una vinagreta formada por parte de aceite de freír los schnitzel, sal, vinagre de Módena y pimiento de piquillo.

Opciones: Esta mezcla va también muy bien para alas de pollo. Otra manera de hacerlo es eliminar el huevo y mezclar con las especias, harina y pan rallado; se pone todo junto en una bolsa de plástico, se mueve bien y se fríe.